"(...) El jazz, recordemos, está levantado sobre dos pilares. El espacio armónico y la improvisación; la plataforma sonora y constreñida y la presencia de una melodía y un ritmo liberadores: norma y disidencia. El jazz, como todo sistema estético, está definido por este intermitente juego de imposición y oposición. Pero en todos los campos del alma -ya hablemos de música, literatura o amor- cada individuo, todos nosotros, sueña, soñamos, prácticamente exigimos, desde la norma, la improvisación. Lo que manifiesta la improvisación es un impulso hacia la libertad, hacia el propio criterio. Es ése el máximo atributo del jazz.
Y en ese sentido también el jazz es como el amor. Porque es verdad que no hay nada más hostigante que un terreno limitado, pero también nada más apasionante que subvertirlo. El amor se improvisa cada día, y lo cierto es que, si queremos sobrevivir sentimentalmente, debemos convertirnos en disidentes del amor, en la vanguardia del amor, aprender y ejecutar maneras diferentes de interpretarlo. (...)"
ETXEBARRIA, Lucía (2005). Ya no sufro por amor. Madrid: Martínez Roca
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