Se gira presuntuosa, segura de sí misma, o segura de su ideal, pues de ella no se arroja más fuerza que la natural a ese ímpetu. Sin levantarse de la silla lanza una mirada tan directa como mortal al chico de la mesa de al lado, auspiciada por su cruce de piernas minifaldero en lunes. Le pide fuego, cubriendo seguro todas las acepciones de la expresión. El chico, aparentemente inmune a tanto ataque, sin mediar palabra le presta su mechero, a lo que ella contesta: "tengo por norma no aceptar nada de extraños, ¿cómo te llamas?". Él da un Mario por respuesta, que intenta ser comedido. Y se establece un microclima enrarecido entre él y ella, seguro acostumbrada a triángulos de amor bizarros, frente a la atónita mirada de quien amarra con fuerza al chico, que observa incrédula como a través de un vaso de agua, ajena al movimiento de las olas.
Eva
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