De repente, se sintió acorralada. Habría atrancado el ascensor sin ningún tipo de duda apenas cinco minutos antes, pero ahora, en ese espacio vagamente familiar, el aire le pesaba en los pulmones. Sintió que se le evaporaba toda esa sensualidad que tantas veces le habían dicho que desprendía, y ni siquiera acertaba a quitarse la ropa con seguridad. Nunca fue de esas que ensayan ante el espejo miradas fulminantes o el modo de mascar el chicle con estilo, su swing era más espontáneo, pero en esos momentos parecía haberse disipado. Mascaba algo raro en el ambiente, sintió presión y poco tacto, fue degenerando en desconfianza y miedo. Terminó abandonándose cosificada, sintiéndose un mero daño colateral de un yo-mí-me-conmigo, olvidando lo que es ser sujeto deseante, consolándose, ilusa de sí, con que quizá la próxima vez sería distinta.
Eva
Hacia tiempo que no te visitaba. Y me has llenado de melancolía.Tu sorda escritura grita en la profunda oscuridad de la noche.¿Quién apuñaló el cuerpo de la miel milflores?¡Qué pena!La luz despedazada en mil añicos.La claridad oscura del amor a la deriva.El vacio de un paisaje quemado y roto.
ResponderEliminarSigue siendo la ligera flecha de los sueños.
El ascensor es un sitio muy pateado, como los establos donde se mueven incesantes las yeguas encerradas haciendo sonar sus cascos herrados sobre el suelo.
ResponderEliminarElla se sentía acorralada. Y cuando nos sentimos así todos ansiamos salir al galope.