Tembló. Una sacudida nerviosa recorrió su espina dorsal y el malestar se apoderó de ella. "Es sólo un insignificante bicho", se decía, intentando sosegarse. En un esfuerzo deliberado por racionalizar la situación, imaginaba que, seguramente, ese pequeño ser podría sentir un pavor más que justificado hacia sí que ella no se podía permitir a la inversa. Pero daba igual, eso no conseguía calmar toda su respuesta fisiológica e irracional y, a su vez, tan dolorosamente real.
La arañita se escabulló a través del quicio de la puerta, totalmente ajena a la reacción que había causado. La vuelta a la normalidad de ella no fue tan automática ni sencilla. En realidad, no podríamos hablar de una verdadera vuelta a la normalidad sino, más bien, de entrada en un periodo de calma que, inevitablemente, se toparía con otro momento de enajenación transitoria, de incontrolable conducta, de dolor, de catarsis, de pérdida del norte. Parecía increíble que todo eso pudiera ser consecuencia de un simple arácnido. ¿O no lo era?
El tiempo y la experiencia le hicieron hacer conscientes cosas que siempre, siempre, se había asegurado de tener bien sujetas a su inconsciente, como mera estrategia de supervivencia.
Y el día en que apercibió que su verdadero miedo, su terror, no era hacia las arañas, fue el más terrible de su existencia. El más puro pavor se lo producía el hecho catastrófico de acabar enredada en telas de seda mortales, totalmente convencida de que ella controlaba la situación y de que podría darse la vuelta en cualquier momento, sin ser consciente del enganche pegajoso que la encadenaba a una trampa mortal, ofrecida por entero en bandeja de plata.
Su mayor enemigo, no eran las arañas, ni siquiera sus redes.
Su mayor enemigo, era ella misma.
Eva
System of a Down - Spiders
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