Parte de mi declaración de intenciones para 2009 fue tomarme un poco en serio mi salud, tanto física como mental. Tomarme tiempo para mí, y punto. Sacar un rato sagrado e intocable, para nada más que para encontrarme conmigo misma, y también para recuperar mi máquina, que a pesar de tener apariencia de adolescente posee engranajes de abuela. Ya sé que apuntarse a un gimnasio no es la panacea ni la solución a los problemas de nadie, y que odio el ambiente que en ese tipo de sitios se respira. Siempre me parecerá un desvarío mental colectivo que toma forma de esclavitud social, envuelto todo ello de música estresante a todo volumen. Pero lo voy a utilizar como herrramienta, no lo voy a establecer como fin.
No sé si necesito escribir esta entrada para justificarme ante mí misma. Sea como sea, hoy ha sido mi primer día. Y mi corazón me ha asustado cuando el número de pulsaciones por minuto que diagnosticaba una máquina elíptica se salía de todos los baremos normativos. 175 pulsaciones por minuto en un cuerpo de 23 años son una exacerbada señal de alarma.
Siempre he dicho que mi generación no va a llegar a vieja, pero nunca había pasado por mi mente eso del riesgo cardiovascular de una manera tan clara...
Eva