"Te he dejado en el sillón las pinturas y una historia en blanco... No hay principio ni final, sólo lo que quieras ir contando...
Y al respirar, intenta ser quien ponga el aire que al inhalar te traiga el mundo de esta parte..."
Vetusta Morla - Al respirar

sábado, 11 de septiembre de 2010

La chica de porcelana

Hace siete años la vi por primera vez, y aún recuerdo aquella imagen. Se sentaba en las filas de delante, y el azar no nos hizo coincidir en ninguno de esos grupos aleatorios de estudiantes noveles que se formaban en los primeros días de facultad. Sin embargo, no podía dejar de mirarla. Lo hacía a hurtadillas, ya que no sabía bien qué me intrigaba tanto de aquella chica y no me parecía un comportamiento normal por mi parte. No quería incomodar a nadie, y yo misma me sentía incómoda conmigo misma por esta actitud incomprensible. Pero no podía evitarlo.

Era preciosa, como una muñequita de porcelana, de piel nívea y enormes ojos azules. Había algo en ella que me recordaba inevitablemente a mi madre, a quien siempre había admirado y envidiado a partes iguales por su belleza, hasta cierto punto inquietante: pelo moreno azabache intenso, piel nórdica y ojos azul celta. Mis genes manifiestos perpetuaron los rasgos paternos, de carácter casi morisco, y lo único que heredé de la hermosura de mi madre fue su melena.

A pesar de su belleza evidente, la desconocida de la universidad no daba la apariencia de la típica prepotente obsesionada con su físico que iba a clase únicamente a lucir sus modelitos (y aseguro que esta especie era extremadamente común en nuestra facultad).

Durante todo el primer curso de carrera no cruzamos ni una palabra. Nos conocíamos de vista, en una clase del grupo de tarde que superaba las setenta personas, al menos los primeros días de universidad. Para segundo y tercer curso decidí cambiar de grupo y pasarme al turno de mañana por motivos de organización de vida y horarios. Pocas veces nos cruzamos por aquellos pasillos en todo ese periodo.

Llegó cuarto y la especialidad intracurricular, y de nuevo coincidimos la chica de porcelana y yo en las mismas aulas. En los nuevos grupos conformados pronto se formaron subgrupos de estudiantes que se unían por el típico sonar de caras y por compartir el haber sufrido cierto profesorado, aunque hasta ese momento no se hubieran mediado ni una palabra. De esta guisa comenzamos a cruzar palabras Leti, que así se llamaba, y yo. Me presenté como delegada de clase ante la constante apatía del resto, y Leti, resuelta, se ofreció como subdelegada. Tuvimos que relacionarnos más y más y trabajar codo a codo durante el año no sólo en las gestiones de representación de la clase, sino también en las académicas. Poco a poco fuimos gestando un clima de confianza y afinidad. Esta chica era de las pocas personas verdaderamente vocacionales que había conocido en la universidad, prometía muchísimo: inquieta, con las ideas claras y una madurez emocional que ya quisieran muchos.

Dejé de llamarla compañera para llamarla amiga, y seguimos compartiendo a partir de ahí cada vez más experiencias, momentos y apoyo. Se convirtió en uno de mis pilares, en mi psicóloga personal, me ayudó a transitar por el difícil camino de la toma de decisiones trascendentales en mi vida. Recogió mis lágrimas de duelos, me aguantó cafés histéricos, me apoyó siempre hasta en mis equivocaciones. Descubrimos territorios comanches turcos juntas, junto con nuestras propias fobias, compartimos aficiones perrunas, y risas, sobre todo risas sinceras. La distancia tras licenciarnos no apagó nuestra amistad y, ella siempre estuvo allí, siempre, siempre, hasta para verme hundida en el fango, sentirlo y llamarme.

Pero ahora se me va en un viaje transoceánico, a la tierra tricontinental de Allende y Pinochet, y yo lloro y me alegro a partes iguales, porque sé que es su proyecto personal, por el que apuesta fuerte y por el que va a volar alto, muy alto, pero se me hace lejos, muy lejos.

Vuela Leti, vuela y fortalece tus alas. Siempre estaré aquí, para celebrar tus éxitos por todo lo alto o para acompañarte mientras reparas el avión en caso de avería.
Te quiero preciosa, te echaré de menos tanto que duele.
Eva

El Último de la Fila - Mar antiguo

1 comentario:

  1. Bonito y merecido reconocimiento, acompañado de un tema musical memorable...

    ResponderEliminar