"(...) La teoría psicoanalítica clásica plantea la estructuración de la subjetividad femenina a partir de la psicosexualidad, en la que el componente psíquico está significativamente determinado por un predominio de la sexualidad. Esto supone que se otorga a la condición biológica un rango privilegiado, y sus consecuencias, incluidas las psíquicas, serán descritas tomando como referencia el modelo masculino -es decir, el desarrollo del niño varón aparece como prototípico- frente al cual la caracterizada como feminidad de la niña ofrece el carácter de la desviación, carencia, insuficiencia. (...) Así se categoriza en el hombre un mayor sentimiento de justicia, y en la mujer un menor sentido ético, o incapacidad para la sublimación o mayor labilidad emocional a la hora de tomar decisiones.
(...)
Hoy resulta innegable que muchas de las afirmaciones sobre la feminidad se asentaron sobre ideas preconcebidas en torno a un "ideal femenino" imbuido de categorías esencialistas sobre la mujer derivadas de su rol tradicional como esposa y madre.
Es esta consideración la que me ha orientado a intentar una propuesta que ampliase los límites de la cuestión del superyó más allá de lo que se articula respecto de la sexualidad en torno al complejo de Edipo (...).
Por tanto, será necesaria otra formulación tanto para describir el funcionamiento del sistema normativo en la mujer como para valorar los criterios con que se piensan sus efectos sobre la subjetividad femenina. Una formulación que otorgue un valor fundamental a la interacción recíproca con otros sujetos definiendo el principio básico de la intersubjetividad como fundamento de constitución de la mente y considerando el apego como el trabajo psíquico que surge en la relación primordial con la madre, como el punto de partida que pone en marcha este proceso.
Otorgar al superyó esta condición de génesis preeminente nos ayuda a entender la repercusión emocional que para ambas -madre e hija- tendrá la pertenencia al mismo género y la pregnancia de esos imperativos categóricos transmitidos y adquiridos como efecto de la relación intersubjetiva transgeneracional.
(...) nos referimos al género como la construcción social de las diferencias anatómicas, red de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sentimientos y valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres, y también como la reacción diferencial dicotómica del adulto frente a la cría humana. (...) el género como identidad inconsciente y/o preconsciente que conformará uno de los pilares del sistema ideal del yo/superyó, implantado a partir del adulto en la relación intersubjetiva, y con una condición prescriptiva y normativa.
(...)
Por tanto, el género constituirá el fundamento de la identidad: del sentimiento y noción de ser niña o varón, femenino o masculino, haciéndose extensivo el concepto de feminidad a la identidad temprana que tiene toda niña como igual a la madre y diferente del padre, lo mismo que a la inversa en el varón. Es decir, que su feminidad comienza en un proceso de reconocimiento del sí mismo, en un sentimiento del ser, proceso de identificación originaria que se conformará como núcleo de la identidad de género que, con posterioridad, adquirirá el atributo de la sexualidad. (...)
Pero la pertenencia al mismo género incidirá en la tendencia de la madre a experimentar a su hija como una continuación de sí misma, reforzando los aspectos de apego y dependencia recíproca y obstaculizando la separación y la autonomía.
(...)
De modo que la forma en que se inscriba en la hija la relación con la madre, y las consecuencias que promueven en la madre el sexo y el género de su hija, serán el patrón de la primera identidad femenina. (...) La especificidad de compartir el mismo sistema sexo/género tiene una importancia capital en el caso de la mujer porque instituye un contenido particular al psiquismo con el valor de un imperativo categórico del tipo "serás madre y te preocuparás por la vida y las relaciones". La madre representa para la niña un paradigma que valoriza como propio del género el cuidado de la vida y de las relaciones, condición que gozará del protagonismo en la jerarquía motivacional. Este proceso se inicia en la infancia temprana y se reinviste a lo largo de todo el ciclo vital.
(...)
En la esfera de lo privado, normas y transgresiones corresponden a otro orden porque se derivan de leyes emocionales cuya transgresión trae aparejada la sanción de la culpabilización. Al ser ese ámbito el preferente, es también el que ofrece mayores flancos de vulnerabilidad y de riesgo de sufrimiento ya que en él se ubica el núcleo de su identidad.
El espacio privado introduce además un factor fundamental: la temporalidad. En la vida pública, la sanción legal penaliza un delito, y una vez cumplida la condena, puede accederse a la liberación, pero las consecuencias de la sanción moral, "el sentirse mala", no prescriben, de modo que el sentimiento que la acompaña permanece perenne.
(...) mantendrá para las mujeres esa impronta afectiva adonde la búsqueda de aprobación y/o amor quedará como sello que privilegia las opciones en función del eco emocional que susciten como respuesta en su entorno y en ellas mismas. De manera que es vivida con mayor preocupación y culpabilidad el incumplimiento o transgresión de los pactos implícitos en las relaciones, pero con evidente menor implicación y/o desinterés aquellas demandas de la realidad social, desde algunos sencillos trámites burocráticos hasta la más sofisticada forma de participación en el espacio público, como podría ser la actividad política.
(...) la dinámica que se pone en funcionamiento favorece que se invierta mucha más energía, tiempo y dedicación en mantener un inestable equilibrio emocional (...).
La posibilidad de rastrear deseos puros, no contaminados por imposiciones del formato de género, parece ilusoria.
(...)
La función materna presupone y exige atención y dedicación a un otro por encima del registro de los propios requerimientos. (...) Pero paralelamente se va configurando el déficit de autocuidado, de autoempatía, porque mientras se "escudriña" minuciosamente qué puede estarle pasando al otro/a, se niegan los indicios sobre el propio malestar y la desconexión consigo misma.
(...)
Un cruzamiento de la identidad femenina que al idealizar la privación se conforma sintónicamente con el sufrimiento: ser una santa vs. ser una madre desnaturalizada. Privación naturalizada que no es ni siquiera idealizada, instituida en el formato de la maternidad. Por tanto, cuando no se accede al ajuste correspondiente, al formato de género, padecerá la feroz autocrítica del sufrimiento producido por su propia desaprobación más la crítica del entorno.
(...)
Teniendo en cuenta el reforzamiento de los vínculos como consecuencia de la primacía jerárquica de la motivación de apego, la sanción más temida será la amenaza de la pérdida de amor, aplicable a casi todas las relaciones y que a posteriori adquirirá un carácter especialmente dramático en el caso de la pareja, ya que entre los ideales propios del género está la consideración del amor como "el gran asunto de la vida".
(...)
Las mujeres preservan la expectativa de que las parejas sean el refugio frente a las adversidades de la vida de afuera y, paradójicamente, en muchas ocasiones es un frente de batalla más donde se encuentran con armas antiguas e inadecuadas frente a una especie de enemigo amado-odiado-temido-necesitado cuyas reacciones las desconciertan y paralizan.
(...)
Ante una posible separación, el fantasma de la soledad acompañando al autorreproche de no ser lo suficientemente valiosa, no haber hecho lo que correspondía para conseguir enamorar, retener o recuperar a la persona amada, será una fuente de enorme sufrimiento asociado al sentimiento de indefensión y vulnerabilidad que incrementarán los temores que cualquier ruptura pueda suscitar.
(...)
De ahí que la autoinculpación permanente ante cada variación del vínculo afectivo en sus dificultades y vicisitudes se autointerprete como falla de la identidad. Esto conlleva una tendencia a la hipervigilancia sobre el estado del bienestar del vínculo, con aprensión y temor a la separación siempre presentes y a la pérdida. Una inmensa mayoría de mujeres aún se debate entre la expectativa del amor romántico, firmemente respaldado desde los medios de comunicación, y la dolorosa decepción de una vida doméstica donde las transacciones cotidianas las colocan en las situaciones más desfavorecidas, con poco margen de maniobra, inhábiles a la hora de negociar formas de interrelación. En muchos casos soportan situaciones de desconsideración y maltrato tanto por el dolor y el temor a ser abandonadas por una parte, como por la inmensa culpabilidad que acompaña las decisiones de ser las promotoras de una ruptura de pareja. Culpa enormemente reforzada cuando hay hijos pequeños de por medio frente a los cuales se pueda sentir responsable por privarlos de esa idealizada unidad familiar. Se suma así el factor del duelo que deben realizar de la fantasía romántica como proyecto vital y de la expectativa de pareja ideal que creyeron poder concretar. Es la muerte de una ilusión largamente acariciada, con todas las implicaciones y sintomáticas que un duelo supone.
(...)la mayor dificultad reside en la depositación masiva de expectativas derivadas del apego, lo que obstaculiza que las mujeres se valoren a sí mismas en otros espacios de experiencias. Surgen aspiraciones de tipo intelectual y/o laborales, pero los logros en estos ámbitos no alcanzan el mismo grado de autosatisfacción narcisista.
De modo que el reaseguramiento de los vínculos afectivos se constituye en el eje de la feminidad, dificultando la tarea de regulación psicobiológica por la ansiedad que despierta e introduce un factor de distorsión importantísimo: el problema está siempre focalizado en la relación con un otro y esto conlleva una progresiva desconexión consigo misma."
(...)
Hoy resulta innegable que muchas de las afirmaciones sobre la feminidad se asentaron sobre ideas preconcebidas en torno a un "ideal femenino" imbuido de categorías esencialistas sobre la mujer derivadas de su rol tradicional como esposa y madre.
Es esta consideración la que me ha orientado a intentar una propuesta que ampliase los límites de la cuestión del superyó más allá de lo que se articula respecto de la sexualidad en torno al complejo de Edipo (...).
Por tanto, será necesaria otra formulación tanto para describir el funcionamiento del sistema normativo en la mujer como para valorar los criterios con que se piensan sus efectos sobre la subjetividad femenina. Una formulación que otorgue un valor fundamental a la interacción recíproca con otros sujetos definiendo el principio básico de la intersubjetividad como fundamento de constitución de la mente y considerando el apego como el trabajo psíquico que surge en la relación primordial con la madre, como el punto de partida que pone en marcha este proceso.
Otorgar al superyó esta condición de génesis preeminente nos ayuda a entender la repercusión emocional que para ambas -madre e hija- tendrá la pertenencia al mismo género y la pregnancia de esos imperativos categóricos transmitidos y adquiridos como efecto de la relación intersubjetiva transgeneracional.
(...) nos referimos al género como la construcción social de las diferencias anatómicas, red de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sentimientos y valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres, y también como la reacción diferencial dicotómica del adulto frente a la cría humana. (...) el género como identidad inconsciente y/o preconsciente que conformará uno de los pilares del sistema ideal del yo/superyó, implantado a partir del adulto en la relación intersubjetiva, y con una condición prescriptiva y normativa.
(...)
Por tanto, el género constituirá el fundamento de la identidad: del sentimiento y noción de ser niña o varón, femenino o masculino, haciéndose extensivo el concepto de feminidad a la identidad temprana que tiene toda niña como igual a la madre y diferente del padre, lo mismo que a la inversa en el varón. Es decir, que su feminidad comienza en un proceso de reconocimiento del sí mismo, en un sentimiento del ser, proceso de identificación originaria que se conformará como núcleo de la identidad de género que, con posterioridad, adquirirá el atributo de la sexualidad. (...)
Pero la pertenencia al mismo género incidirá en la tendencia de la madre a experimentar a su hija como una continuación de sí misma, reforzando los aspectos de apego y dependencia recíproca y obstaculizando la separación y la autonomía.
(...)
De modo que la forma en que se inscriba en la hija la relación con la madre, y las consecuencias que promueven en la madre el sexo y el género de su hija, serán el patrón de la primera identidad femenina. (...) La especificidad de compartir el mismo sistema sexo/género tiene una importancia capital en el caso de la mujer porque instituye un contenido particular al psiquismo con el valor de un imperativo categórico del tipo "serás madre y te preocuparás por la vida y las relaciones". La madre representa para la niña un paradigma que valoriza como propio del género el cuidado de la vida y de las relaciones, condición que gozará del protagonismo en la jerarquía motivacional. Este proceso se inicia en la infancia temprana y se reinviste a lo largo de todo el ciclo vital.
(...)
En la esfera de lo privado, normas y transgresiones corresponden a otro orden porque se derivan de leyes emocionales cuya transgresión trae aparejada la sanción de la culpabilización. Al ser ese ámbito el preferente, es también el que ofrece mayores flancos de vulnerabilidad y de riesgo de sufrimiento ya que en él se ubica el núcleo de su identidad.
El espacio privado introduce además un factor fundamental: la temporalidad. En la vida pública, la sanción legal penaliza un delito, y una vez cumplida la condena, puede accederse a la liberación, pero las consecuencias de la sanción moral, "el sentirse mala", no prescriben, de modo que el sentimiento que la acompaña permanece perenne.
(...) mantendrá para las mujeres esa impronta afectiva adonde la búsqueda de aprobación y/o amor quedará como sello que privilegia las opciones en función del eco emocional que susciten como respuesta en su entorno y en ellas mismas. De manera que es vivida con mayor preocupación y culpabilidad el incumplimiento o transgresión de los pactos implícitos en las relaciones, pero con evidente menor implicación y/o desinterés aquellas demandas de la realidad social, desde algunos sencillos trámites burocráticos hasta la más sofisticada forma de participación en el espacio público, como podría ser la actividad política.
(...) la dinámica que se pone en funcionamiento favorece que se invierta mucha más energía, tiempo y dedicación en mantener un inestable equilibrio emocional (...).
La posibilidad de rastrear deseos puros, no contaminados por imposiciones del formato de género, parece ilusoria.
(...)
La función materna presupone y exige atención y dedicación a un otro por encima del registro de los propios requerimientos. (...) Pero paralelamente se va configurando el déficit de autocuidado, de autoempatía, porque mientras se "escudriña" minuciosamente qué puede estarle pasando al otro/a, se niegan los indicios sobre el propio malestar y la desconexión consigo misma.
(...)
Un cruzamiento de la identidad femenina que al idealizar la privación se conforma sintónicamente con el sufrimiento: ser una santa vs. ser una madre desnaturalizada. Privación naturalizada que no es ni siquiera idealizada, instituida en el formato de la maternidad. Por tanto, cuando no se accede al ajuste correspondiente, al formato de género, padecerá la feroz autocrítica del sufrimiento producido por su propia desaprobación más la crítica del entorno.
(...)
Teniendo en cuenta el reforzamiento de los vínculos como consecuencia de la primacía jerárquica de la motivación de apego, la sanción más temida será la amenaza de la pérdida de amor, aplicable a casi todas las relaciones y que a posteriori adquirirá un carácter especialmente dramático en el caso de la pareja, ya que entre los ideales propios del género está la consideración del amor como "el gran asunto de la vida".
(...)
Las mujeres preservan la expectativa de que las parejas sean el refugio frente a las adversidades de la vida de afuera y, paradójicamente, en muchas ocasiones es un frente de batalla más donde se encuentran con armas antiguas e inadecuadas frente a una especie de enemigo amado-odiado-temido-necesitado cuyas reacciones las desconciertan y paralizan.
(...)
Ante una posible separación, el fantasma de la soledad acompañando al autorreproche de no ser lo suficientemente valiosa, no haber hecho lo que correspondía para conseguir enamorar, retener o recuperar a la persona amada, será una fuente de enorme sufrimiento asociado al sentimiento de indefensión y vulnerabilidad que incrementarán los temores que cualquier ruptura pueda suscitar.
(...)
De ahí que la autoinculpación permanente ante cada variación del vínculo afectivo en sus dificultades y vicisitudes se autointerprete como falla de la identidad. Esto conlleva una tendencia a la hipervigilancia sobre el estado del bienestar del vínculo, con aprensión y temor a la separación siempre presentes y a la pérdida. Una inmensa mayoría de mujeres aún se debate entre la expectativa del amor romántico, firmemente respaldado desde los medios de comunicación, y la dolorosa decepción de una vida doméstica donde las transacciones cotidianas las colocan en las situaciones más desfavorecidas, con poco margen de maniobra, inhábiles a la hora de negociar formas de interrelación. En muchos casos soportan situaciones de desconsideración y maltrato tanto por el dolor y el temor a ser abandonadas por una parte, como por la inmensa culpabilidad que acompaña las decisiones de ser las promotoras de una ruptura de pareja. Culpa enormemente reforzada cuando hay hijos pequeños de por medio frente a los cuales se pueda sentir responsable por privarlos de esa idealizada unidad familiar. Se suma así el factor del duelo que deben realizar de la fantasía romántica como proyecto vital y de la expectativa de pareja ideal que creyeron poder concretar. Es la muerte de una ilusión largamente acariciada, con todas las implicaciones y sintomáticas que un duelo supone.
(...)la mayor dificultad reside en la depositación masiva de expectativas derivadas del apego, lo que obstaculiza que las mujeres se valoren a sí mismas en otros espacios de experiencias. Surgen aspiraciones de tipo intelectual y/o laborales, pero los logros en estos ámbitos no alcanzan el mismo grado de autosatisfacción narcisista.
De modo que el reaseguramiento de los vínculos afectivos se constituye en el eje de la feminidad, dificultando la tarea de regulación psicobiológica por la ansiedad que despierta e introduce un factor de distorsión importantísimo: el problema está siempre focalizado en la relación con un otro y esto conlleva una progresiva desconexión consigo misma."
LEVINTON, Norma (2001). El superyó femenino. En Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales) II Jornadas de Salud Mental y Género (pp. 45-58). Madrid: Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales)
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